domingo, octubre 24

Mi cenicienta

Las calles estaban desiertas y de vez en cuando pasaba algún que otro coche.  Noche. Cielo apagado. Al igual que sus ganas de vivir. La oscuridad de arriba parecia alargarse y su unico deseo era llegar a palacio, quitarse los tacones de cristal y meterse en la cama. Un lugar caliente, donde nadie pueda perturbar sus pensamientos. Ni estropear aquella velada tan perfecta. Era como si realmente hubiera alguien allí arriba, -en el techo de su habitación-, que pudiera escucharla. Y si era así... Adios. Adios a la soledad. Pero no, no era así. De modo que... Lágrima. Lágrima. Y otra lágrima. Y más lágrimas. Lagrima rota en mil pedazos y el cielo empapado, mojado, escurriendose como si de un trapo sucio y viejo se tratara. Andaba cabizbaja mientras se mojaba su larga melena dorada y su suave piel color miel. Farolas que alumbraban poco, por no decir nada. Y un cielo mas empapado todavía que parecía querer dejarse llevar. Y lo hizo. Comenzó a llover pausadamente. Adoraba el olor de la lluvia. Lo que mas le gustaba en este mundo era eso y reirse. Le hubiera encantado sonreir en ese momento y no dejar de hacerlo nunca, pero no habian motivos. Así que sucedió aquello que algún día tenía que haber sucedido; saborear el dolor. Y vuelta otra vez a las lágrimas. Lagrimas acidas incrustadas en sus ojos que acababan en sus mejillas, y de estas a sus fauces. Saboreó cada una de ellas como si todo eso hubiera sido su único alimento en varios días. Mierda de alimento, pensó. Si, así es, las princesas también dicen palabrotas, o palabras feas, como sea. Mierda de castillo, mierda de tacones, mierda de reloj. Y mierda de vestido, mientras se lo arrancaba furiosa como si tuviera una maldición encima. Del mismo modo se quitó el único tacón que llevaba puesto. El otro se habrá quedado por alguna calle de la ciudad. Demasiado esfuerzo necesario para volver atrás y cogerlo. Que le sirva de juguete a algún perro o gato, o de casa para los ratones. Que mas da, es un simple tacón. Cuando quiera va al zapatero y le pide otro. Asco de peinado. Y con las misma fuerza con la que sus lágrimas recorrian su rostro, se despeinó. Mucho mejor. Ya no siente tanto peso en la cabeza. Ahora faltan las joyas, y con ansía y desprecio las arrojó al rio. Que vaya algún abaricioso mal pagado a recogerlas y las venda y le sirva para emborracharse a base de chupitos. Y de repente, pausa. Stop. No, no, replay. Y pasó. Sin más, pasó. Tenía la cara empapada. Pero no fue resultado de la lluvia, si no de sus lágrimas.


¡Socorro! Perdón, disculpe. ¿Ha visto a cenicienta? ¿Alguien sabe donde está Cenicienta? Es que estaba narrando la historía de su vida y se ha ido. Ha huido. Se ha marchado. ¿Alguien sabé donde está?

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