Las paredes blancas y azules le recuerdan al fresco olor del mar cuando una valiente ola rompe contra la orilla originando una lucha por la supervivencia entre espuma y arena. Las grandes vidrieras cristalinas dejan pasar los primeros rayos del sol matutinos. La chimenea, robusta y sencilla, dan fortaleza a la casa. El sofá se mantiene intacto, con pocos recuerdos tatuados en su piel. La suave y delicada brisa le acaricia las extremidades y abraza su alma. Las escaleras mantienen una asimetría casi perfecta entre ellas, y el brillo del adoquinado resplandece con luz propia. Pero todos esos detalles pasan desapercibido cuando vives entre ellos día tras día. Es un salón. Un simple salón, piensa ella. Imagina que para su hija ese simple salón es la puerta hacia la vida. Pero ya no está. Ahora oscurece antes, las calles están únicamente alumbradas por la tenue luz que les proporciona las farolas enterradas bajo grandes mantos de nieve y una Navidad mas está apunto de transitar...
Vanesa abre el cajón de la mesita de noche, y sigilosamente agarra el sobre que hay dentro de el. ''Para Mamá y para Papá'', lee en la parte exterior. Con mirada inquieta, el corazón trepidante y las manos temblorosas decide abrirlo. Comienza a leer.
Para unos padres maravillosos:
Hola Papá. Hola Mamá. Soy yo, Charlotte. Supongo que si estáis leyendo esto es porque es el día de Navidad.... Estoy en la ventana de mi habitación, contemplando mi ultimo amanecer y atisbando el cielo desde mil ángulos diferentes. Adoro la Navidad. Siempre me ha gustado observar como la blanquecina y fresca nieve que te congela las extremidades e intenta meterse en tus venas como una dosis extra de frío, se descompone paulatinamente como un elemento natural efímero que es. Aquí siempre nieva, así que imaginaros como estoy... Parezco una niña pequeña con los ojos fijos en este gran ventanal. Me gustaría volver a ser una renacuaja y que los 25 de Diciembre se redujeran a una simple creencia que vosotros llamabais Papa Noel pero que a mi me hacía tan feliz. He vivido 18 años, 6 meses, 3 días y 2 horas... el tiempo suficiente para descubrirme, para afrontar este duro golpe que me dio la vida y que no supe como encajar, pero que fue menos duro gracias a vosotros. Ahora mismo tengo ganas de salir de esta odiosa estancia con paredes que parecen repetirse y galopar como si fuera un caballo anclado al deseo de la libertad. A veces he tenido la sensación de que solo yo giraba alrededor del mundo, pero ahora giráis todos a mi alrededor. Bueno... por lo menos me cautiva la idea de saber que estas ultimas palabras de un corazón apunto de morir os pertenecen. Debéis saber que no tenéis la culpa de nada de lo que me ha pasado. Las enfermedades no se escogen. Mi final llegó, y aunque llegó mas pronto de lo esperado, no importa... Lo cierto es que hasta puedo oír como se va acercando, como toca la puerta para entrar. Dejaré de resistirme porque es inútil aferrarme al tiempo cuando este ha dejado de transcurrir ya por mi cuerpo y por cada recoveco de mi interior. Siento extinguirme de vuestras vidas y de arrancarme de esta forma. Ya sabéis que me encantaría estar allí abajo con vosotros pero no es así, de modo que os deseo que este sea vuestro mejor regalo de Navidad.
No os preocupéis por mi, aquí arriba no se está tan mal. Lo siento, creo que mi otra vida comienza, y comienza ya.
Posdata: Feliz navidad.
Charlotte.
Vanesa no puede evitarlo y una valiente lágrima ,-muy valiente, además-, cruza toda la superficie de la corteza de su rostro. A esta le siguen muchas más. Solloza en silencio mientras deambula por el salón, cuando de repente se para frente al retrato de su hija. Es una mezcla de fragilidad e inocencia. Manifiesta felicidad. Su sonrisa era capaz de ahuyentar los obstáculos más grandes. Hacía que su rutina diaria fuera menos difícil. Su tranquilidad la relajaba a veces. Y cuando lloraba o el cielo estaba constituido por una gama de grises, venía ella, proyectaba su sonrisa al viento y las nubes dejaban paso al astro. También recuerda que cuando gimoteaba o estaba entristecida el día la acompañaba; si lloraba, llovía. Los granos de agua dulce continuaban el mismo compás que el de sus gotas saladas. De modo que ha podido controlar cuando lo hacía. Solo tenía que abrir la puerta, salir de su casa, asomarse al patio y contemplar el cielo. Flash. Mil flashes. Lo siente. No puede evitar preguntarse que sentido tiene una Navidad sin Charlotte. Pero sus preguntas tienen la misma contestación que las de ella; ninguna. No obstante, ella sabía de sobra que Charlotte estaría presente en cada Navidad, en cada estrella del cielo, en cada llama prendida de una vela, en cada gramo de felicidad que causa estar en estas fechas y en cada adorno alegre y bicolor del gran árbol de Navidad. Cerró los ojos y unas palabras nacieron de su interior: "Charlotte es la Navidad".
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