martes, noviembre 23

cuando queda el pasado

He huido cuanto he podido de sus miradas oscuras, casi negras al igual que las cenizas fruto de su llama apagada. He esquivado sus suplidos, que entraban como corrientes de aire en mis oídos. He olvidado la reacción química que ocasionaba la piel arrugada de la superficie de sus labios navegando por los mios. He buscado sus manos fracturadas en medio de una tormenta de neblina matutina que cegaba sus retinas, anclándola al paso discontinuo de los segundos, saltándose milésimas de segundos. He descompuesto cada rincón de mi longevo cuerpo en los suyos, y he transportado mis impulsos nerviosos por sus venas llenas de melancolía intentando espantar el ser desilusionado que habita en ellas. He deseado volver a casa, donde inundado por la rutina me sentiría menos fuera de lugar, y donde su vacío parece menos vacío por la presencia de mi calendario pausado que no encuentra su día. He creado un pequeño paréntesis para relegar sus medias sonrisas esbozadas a la luz del sol, sus retratos y sus pupilas color esmeralda que se confundían con el olor de la felicidad. He calculado cuanto pesan estos gramos de amor de más que han yacido dentro de mi cofre a punto de extinguirse, pero no encuentro ningún contable capaz de percibir estos gramos translúcidos que desequilibra esta balanza, conocida por muchos como dolor.

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