martes, junio 15

Un billete de ida para no volver jamás

El café de las 7, el tren de las 8, el mensaje de las 9, la reunión de las 10, el descanso de las 11, la llamada telefónica de las 12, la bronca de la 1, la visita del jefe de las 2, la despedida de las 3, la llegada a casa de las 4, la comida de las 5 y la vuelta al trabajo de las 6.


Y como le iba yo a explicar que eso no era vivir, si el no comprendía que la vida podía ser otra cosa; una aventura, un libro de ciencia ficción, un videojuego, una noria, o simplemente algo que pasa mientras estas ocupado haciendo otras cosas... Trabajar no lo era todo, pero que iba a saber el, si desde que tiene memoria lo ha estado haciendo. Muchas veces se pregunta si existe un mundo ahí afuera por descubrir… Cuando era pequeño se asomaba a la ventana y veía a los demás niños jugando, corriendo, brincando, saltando y riendo sin parar. Al igual que miraba tras la ventana, también se le había pasado la idea de salir afuera, pero nunca llegaba a hacerlo. Se sentía fuera de lugar, un bicho raro... o por lo menos así le llamaban. Preferia ayudar a su madre pegando suelas de zapatos o malgastando horas inutilmente al otro lado de aquella ventana.





Veinte años después sigue ahí. Con esa aborrecible mirada observando fijamente el despertador. Situando la pierna derecha en el suelo. Sentandose sobre el vater mientras se lava los dientes intentando no dormirse. Peinandose con las manos y bostezando sin parar. Ahora entiendo porque tanta gente le llamaba ''bicho raro''.

Se pasaba la mitad de su vida odiando a gente o a cosas, y nunca se paraba a pensar en todo el tiempo necesario para poder llegar a hacer eso, -¿para qué?- se preguntaba a si mismo.



Agenda electronica. Se había convertido en su propia agenda electronica. Programaba cada minuto de su vida, se sentía obligado a cumplir con sus obligaciones, y todos nos sentimos así, pero sabemos desconectar de la realidad, siempre tenemos que tener un poco de tiempo para nosotros, para pensar en la complejidad de la vida, para saber que hacemos, quienes somos, de donde venimos, recorrer nuestro pasado, perdernos en los recuerdos, inundarnos en la felicidad o resistirnos a la tristeza. Creo que a el le faltaba ese cable, esa parte del cerebro o esa necesidad de dejar ser uno mismo durante un tiempo.



Pero yo se que es lo que le faltaba. Era obvio. Enamorarse. ¿Por qué tanto miedo a enamorarse? A el le asustaba la idea de tener que depender de alguien. Pero...¿y como le explico yo que eso no siempre es así?

Algo estaba claro. Tenia que perder sus miedos y enfrentarse a ellos.

-Un viaje. Si, un viaje, es justo lo que me hace falta- decía.

Nada mejor para desconectar que un viaje. Dondea sea. Con quien sea. Pero necesito un viaje-.



Harto de todos y de esa monotonía que había conseguido adueñarse de su día a día, compró un billete de ida al fin del mundo y se plantó en medio del aeropuerto con el billete en una mano y la maleta en la otra. Sentía esa extraña necesidad de revivir lo vivido, de recuperar lo poco que le quedaba y sentir. Experimentar todo tipo de sensaciones y estremecerse en cada una de sus emociones. Saltar, gritar y llorar. Se sentía libre, tan libre que hasta sentía que podía volar. Y dejar que el tiempo trascurriera paulatinamente, sin etiquetar cada hora del día ni adjuntar notas que le ataban a la realidad.






 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario