La conocen como la mujer con el corazón de piedra. Antes era hielo, pero comprendió que corría un riesgo demasiado alto; la evaporación de su propia alma. Y para evitarlo, convirtió su corazón en piedra. Esta no es una historia cualquiera. No es bonita y no hay prácticamente nada que la haga diferente al resto. Es una más. Pero a diferencia de las de más, esta es real. Tan real como cada atardecer, como cada sonrisa, tan real como nuestro día a día, tan real como cuando lloramos y nos enfadamos. Y tan real como todo lo que se puede ver.
Ella -la mujer del corazón de piedra- , en realidad, era todo lo contrario. Es decir, su corazón no era tan impenetrable como decían los demas. Solo esperaba a alguien verdadero que fuera capaz de hacerle sentir lo que lo que nadie conseguía. Ya sabéis, eso de levantarte cada mañana y convertirle en tú primer pensamiento. Ser capaz de no dormirte por quedarte hablando. Esbozar una sonrisa a cada segundo por el simple echo de pensar en el. Acostarte cada noche derrochando felicidad, euforia, ilusión, ganas de vivir. Derrochándolo todo, como si lo demás no importara. Solo el.
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