jueves, mayo 26

cuando queda el marrón

Los últimos rayos de sol iban desvaneciendo entre las ramas de los árboles, y lo que a sus ojos llegaba no eran mas que sombras de la luz que se entremezclaba con las hojas. Vestía un precioso vestido blanco que le cubría hasta los pies y resaltaba el tono de su piel. De sus ojos recuerdo que el color variaba según su estado de ánimo; cuando sonreía y contemplaba la vida desde la azotea de la felicidad, eran de un verde tan intenso que a veces miraba tras ellos y me imaginaba tumbado en un prado inspirando la suave brisa de la montaña, cuando estaba enfadada o preocupada por algo, sus ojos eran azules y las pupila apenas se podían diferenciar, pero el azul que adoptaba era aquel de un mar revuelto que azota las orillas con las olas, cuando no encontraba fuerzas para seguir o su alma estaba entristecida, eran marrones, un marrón apagado y mate sin ganas de brillar. En aquel momento, a pesar de estar inerte sobra una cama, sus ojos eran verdes. En su interior, ella seguía luchando por conservar los pocos rayos de luz que hasta su lado del sendero llegaban. El verde en su mirada seguía vivo, pero no tanto su corazón. La vida y la muerte, separados por un si y un no, un paso adelante o uno hacia atrás, una decisión que era necesaria tomar antes de que el sol, ese astro al que todos hemos querido llegar, desapareciera por completo y las sombras de las hojas que habían a sus pies lo hicieran también. La observé unos instantes esperando encontrar la decisión que había tomado en sus ojos, pero seguían del mismo color. Dentro, ella avanzaba hacia delante siguiendo las sombras sin darse cuenta de que aquello la acercaba al lugar de las sombras eternas y donde lo único que habita es la oscuridad. Entonces se paró, e intentó olvidar la seducción de las sombras. De repente, vi que sus ojos eran azules, y sin querer me transporté muy lejos de aquella habitación y de aquellas cuatro paredes; las últimas que ella vería. Intenté despertarla a gritos, besarla para que recordase el aroma de nuestros besos, le susurré al oído que si ella se iba yo también... Lo intenté todo, pero no conseguí despertarla. Mientras, ella intentaba retroceder pero no había luz suficiente para alumbrar el camino y tropezó. Las sombras dejaron de persuadirla porque sencillamente dejaron de existir. La oscuridad había inundado el lugar.


Sin embargo, en la habitación, la única huella que dejó fue la de sus ojos marrones...


Pd: Esta foto pertenece al blog de http://juangphotography.wordpress.com/, me encargó que hiciera un texto que tuviera que ver con la fotografía, y este ha sido el resultado. Espero que os guste (pasaros por su blog si quereís ver fotografías buenas, os aseguro que no tiene ningún desperdicio).

martes, mayo 17

cuando quedan las palabras

Intentaré rellenar esta hoja vacía con palabras que contienen lo mismo que el día de ayer, y que contendrán el de mañana. Palabras que aun queriendo expresar lo que intento con estas manos fracturadas en pedazos de algo que un día me perteneció, no lo lograrían. Porque este triste espacio que no ocupas no se puede reemplazar con un cubo lleno de mentiras que no hace mas que ahogar mi desolado interior. Palabras que no tienen otro fin mas que el de describir las imperfecciones de las líneas que trazamos a la luz del sol intentando representar algo efímero que ambos sabíamos que jamas iba a ser nuestro. Palabras que, con o sin letras, se entierran a si mismas anclándose al pasado que quiere ser olvidado y no sabe como. Palabras perdidas que yacieron dentro de un alma que ni siquiera las buscaba. Palabras saciadas y extinguidas hasta el ultimo gramo de (¿amor?)... Las palabras son lo único que quedan. Pronunciadas o en papel, nunca desvanecen. Las palabras son eso, palabras. No hay nada detrás ni delante de ellas, no esconden secretos ni cambian tu realidad. Al fin y al cabo... son solo eso, simples palabras. Aunque ya puestos a decir, diré que no encuentro ninguna para expresar lo que siento. Por mucho que busque, no encontraré una que llegue a definir lo que te echo de menos (¿verdad?)...

sábado, mayo 14

cuando queda el corazón

He salido de huracanes, tormentas y volcanes. He escalado el Everest y os puedo asegurar que la vida a mas de mil metros de altura cobra la mayor parte de su sentido. He estado al filo de la muerte, es decir, en ese segundo o instante -llamarlo como querais- en el que toda tu vida está proyectada ante ti en forma de diapositivas, y aunque no quiera, ella aperece en la mitad de esas diapositivas, porque aunque tampoco lo quiera, fue lo mas importante para mi. Con o sin ella, he salido de peleas, de la policia, de la carcel del olvido, del quirófano, de cuando mi padre quería que le pagara el coche por haberlo roto... De las broncas en mi casa, de sus broncas también, de todos los examenes a los que no asistí, del instituto, de cumplir con mis responsabilidades, de ir al médico, del nacimiento de nuestro primer hijo, de nuestra boda, de la graduación de nuestra hija, de su primera palabra, de su cama, del trabajo, de las reuniones empresariales, de sus hospitalizaciones, de su muerte, he huido de sus ultimas palabras, de su funeral, de todos los pesames que jamás recibí, de la bronca de nuestros hijos por haberme perdido todas estas cosas... y ahora, ahora mismo, en este instante, tambien huyo. Tambien me pierdo acontecimientos, historias, broncas, lágrimas, rabia, enfados y sonrisas. Y la pierdo a ella. Vivo en una continua huida a ningún lugar... o vivo en un lugar en continua huida. Me di cuenta cuando ella me miró. Desde entonces supe que todo lo que siempre había estado buscando estaba frente a mi. Mi vida estaba echa para estar a su lado, y compartirlo todo: desde los días mas transparentes hasta los mas oscuros. A su lado eran días saciados y sabía que moriría completamente satisfecho porque me lo daba todo. No importaba todas las veces que me dijo que jamás conseguiría anclarme a ella porque odiaba la idea de estar enjaulada, de pertener a alguien, de conocer el dolor. Y sin embargo, nada de eso hizo cambiar ni por un instante la idea de conseguirla. Porque al igual que ella, supe desde el primer momento que toda mi vida había estado buscando una copia exacta suya. De modo que ella tambien ha luchado contra huracanes, tormentas y volcanes... Tambien ha escalado el Everest y ha estado al filo de la muerte. Y sin mas, de la noche a la mañana, ocultando el vacio que le ocasionaba mi siempre que la ahogaba, se marchó. De repente, se marchó. Como el que se marcha cuando no soporta saber el final, se marchó como el que se marcha cuando le cuesta reconocer que el vaso está medio vacío. Se marchó con el silencio dibujado en los labios, recuerdos tatuados en la piel y dejandose aquí parte de su corazón. Y aunque nunca fue mujer de arranques y palabras bonitas en los malos momentos, o de dejar el orgullo apartado a un lado, no hace falta, yo se que que no me olvidó, que nunca lo hará. Con las prisas a sus espaldas y las maletas repletas de días inolvidables, no se dio cuenta de que una parte de su vida estaba anclada aquí; a mi. Ahora soy yo quien se marcha, ahora me toca a mi el papel del ''malo de la pelicula'', de ejercer mi vida sin su egoismo de no soportar la idea de que pueda querer a alguien mas de lo que la quise a ella. Y es que le horroriza la idea de enamorarse, de ser el alma luchadora entro dos amantes, de arrastrar ambos cuerpos y de dar sin recibir. La dejé marchar porque se que en el fondo lo necesitaba. Eramos felices, justo como lo son dos niños jugando a adivinar el futuro, pero su enjaulamiento a veces me hacia infeliz a mi. He sido cobarde, igual que ella, pero la tenia que dejar marchar. La conozco como la palma de mi mano, y se que aunque se muera de ganas por volver, no lo hará, se que aunque se muera de ganas por decirme que todavia me sigue queriendo, no lo hará. Nunca fue mujer de impulsos y arrebatos, y lo se. Por eso mismo la dejé marchar, para que ambos fueramos felices dentro de la infelicidad. Quise que otra persona la enseñara a amar, porque tanto para mi como para ella, amar era sentirlo todos los días y no dudar ni un solo segundo. Ya va siendo hora de cerrar este abecedario inutilizado que ni tu, mujer de palabras egoistas, ni yo, viejo cansado, volveremos a usar. Desde aquí atisbaré el trozo de corazón que te dejaste.


Dejaré de escribir, que digo... de leer.

martes, mayo 3

cuando queda el eco

La recuerdo feliz, alegre, con ganas de comerse el mundo y con ganas de vivir, con su recién pulida sonrisa que esbozaba cada mañana al despertar, cuando sus pupilas coincidían con las mías, y por un instante nuestros corazones dejaban de latir para unirse en un único acorde. Que melodía tan perfecta... Recuerdo cuando los primeros rayos, de aquel sol tan quebradizo, penetraban al interior de la habitación y formaban, -con detalles-, la silueta de su cuerpo, y como ella preguntaba siempre porque la miraba de esa forma, pero lo cierto es que era imposible no hacerlo. Recuerdo su olor, su voz, y sus ojos. Aquellos ojos esmeralda capaces de hipnotizar hasta los mismísimos ángeles. Sin embargo, y todavía no sé por qué, lo que más recuerdo de ella es su risa... Cuando lo hacía, cuando sonreía, el mundo entero se detenía. Me contagiaba y entonces, también se oía el susurro de la mía. Un susurro capaz de persistir horas, o una eternidad. Mientras que sus mejillas se enrojecían, las mías se estremecían. Lo mejor era cuando dejaba de hacerlo, y entonces quedaba el eco. En ese instante, el tímpano de mi corazón pausaba el murmullo de los latidos, y envolvía el sonido de mi respiración para escuchar el eterno eco que se propagaba a través del aire, y como cada poro de mi cuerpo vibraba y mis labios suspiraban. Después, sencillamente me limitaba a dejarme llevar y reír a carcajadas. Quizás solo la añore a ella, y no su risa. Solo sé que lo mejor era cuando dejaba de reír y me contagiaba esa estúpida alegría nacida de la nada. Echo de menos estirar mis mejillas hasta sentir dolor y mirar al techo mientras lo hacía... O no poder dormir por las noches debido al zumbido de su eco, de su risa, o de ella. Lo cierto es que me gustaba cuando quedaba el eco... Cuando quedaba el eco de su risa.