Los últimos rayos de sol iban desvaneciendo entre las ramas de los árboles, y lo que a sus ojos llegaba no eran mas que sombras de la luz que se entremezclaba con las hojas. Vestía un precioso vestido blanco que le cubría hasta los pies y resaltaba el tono de su piel. De sus ojos recuerdo que el color variaba según su estado de ánimo; cuando sonreía y contemplaba la vida desde la azotea de la felicidad, eran de un verde tan intenso que a veces miraba tras ellos y me imaginaba tumbado en un prado inspirando la suave brisa de la montaña, cuando estaba enfadada o preocupada por algo, sus ojos eran azules y las pupila apenas se podían diferenciar, pero el azul que adoptaba era aquel de un mar revuelto que azota las orillas con las olas, cuando no encontraba fuerzas para seguir o su alma estaba entristecida, eran marrones, un marrón apagado y mate sin ganas de brillar. En aquel momento, a pesar de estar inerte sobra una cama, sus ojos eran verdes. En su interior, ella seguía luchando por conservar los pocos rayos de luz que hasta su lado del sendero llegaban. El verde en su mirada seguía vivo, pero no tanto su corazón. La vida y la muerte, separados por un si y un no, un paso adelante o uno hacia atrás, una decisión que era necesaria tomar antes de que el sol, ese astro al que todos hemos querido llegar, desapareciera por completo y las sombras de las hojas que habían a sus pies lo hicieran también. La observé unos instantes esperando encontrar la decisión que había tomado en sus ojos, pero seguían del mismo color. Dentro, ella avanzaba hacia delante siguiendo las sombras sin darse cuenta de que aquello la acercaba al lugar de las sombras eternas y donde lo único que habita es la oscuridad. Entonces se paró, e intentó olvidar la seducción de las sombras. De repente, vi que sus ojos eran azules, y sin querer me transporté muy lejos de aquella habitación y de aquellas cuatro paredes; las últimas que ella vería. Intenté despertarla a gritos, besarla para que recordase el aroma de nuestros besos, le susurré al oído que si ella se iba yo también... Lo intenté todo, pero no conseguí despertarla. Mientras, ella intentaba retroceder pero no había luz suficiente para alumbrar el camino y tropezó. Las sombras dejaron de persuadirla porque sencillamente dejaron de existir. La oscuridad había inundado el lugar.
Sin embargo, en la habitación, la única huella que dejó fue la de sus ojos marrones...
Pd: Esta foto pertenece al blog de http://juangphotography.wordpress.com/, me encargó que hiciera un texto que tuviera que ver con la fotografía, y este ha sido el resultado. Espero que os guste (pasaros por su blog si quereís ver fotografías buenas, os aseguro que no tiene ningún desperdicio).