lunes, octubre 31

Recuerdame

Solo había estado allí una vez, y no eran precisamente buenos recuerdos los que tenía de aquel lugar. El día había amanecido gris y el silencio quebraba su paciencia. Bajó del coche y anduvo hasta el distrito correspondiente hasta topar con la calle correcta. Sostenía el paraguas con la mano izquierda y los auriculares del ipod se camuflaban entre sus mechones pelirrojos. Escogió un repertorio de canciones lentas para acompañar la velada y sumergirse completamente en el inframundo de los muertos. Elevó la mirada y recorrió cada rincón del siniestro y tétrico cuadrado en el que se encontraba, sin saber todavía muy bien por qué. En ese momento escuchaba una de sus canciones favoritas, y decidió que era el momento perfecto para quitarse un auricular y pasear por el lugar para conocer sus antepasados. Solo veía cientos de lápidas con nombres, fechas, flores y fotografías que representaban al fallecido. Hasta que en el número 18 lo halló. A el. A su antepasado. A parte de su sangre. Y sin embargo, sentía pena, pero no por su marcha, si no por él. Pensó en las miles de visitas que reciben cada una de esas lápidas, en los rostros desfigurados y angustiados de los mortales, de los que permanecen en este mundo. Pensó en todas las personas que, al igual que ella, habían paseado por aquel lugar y habían sentido pena, pena de pensar que un día, uno de los muchos días que aguarda nuestro incierto futuro nos espera la muerte, y con ella el cementerio, las visitas, las flores, la fotografía... Una insignificante fotografía que no significaba nada dentro de aquel sitio, solamente era una fotografía más, un alma desaparecida que no volverá. Ahí descubrió el horrible miedo que le ocasionaba formar parte de aquella calle, de aquel distrito, de aquel mundo. Sintió una escalofriante angustia y una enorme amargura. Lo último que querría sería ser pusilánime. No quería acabar así, siendo una más. Ni eso ni que la gente fuera a visitarle por obligación o peor aún; por pena. Entonces, cayó en algo mucho más eterno que un metro cuadrado de piedra con su nombre grabado en ella. Cayó en los recuerdos... ¿Acaso existe herramienta capaz de sustraerlos de un corazón malherido? ¿O de un llanto agónico? ¿De unas lágrimas incapaces de evaporarse?

''Si alguien dentro de 60 años tiene que recordarme, que sea por las veces que le hice reír. Por las sonrisas que me sacó, por las veces que le ayudé a levantarse y por mis buenos defectos y malas virtudes. Si tiene que llorar que llore pensando en mi y no cuando vea dos estúpidas líneas que le recuerden como me llamo. Si tiene que reír que lo haga recapitulando mis mil tonterías sin sentido y mi inexplicable sentido del humor. Por mis ganas de vivir, y por querer ser diferente al resto el día de mi muerte y en la forma en la que alguien me recuerde. No me culpéis por ello, lo único que pretendo es permanecer en vuestro interior manteniéndome viva en recuerdos.''

lunes, octubre 17

La chica que bebía sonrisas

A diferencia del resto de personas, lo único que le preocupaba al finalizar cada día era contar el número de veces que había sonreído. A veces venía corriendo a casa y entraba por la puerta sonriendo con fuerza, con tanta que en ocasiones parecía que en vez de reír apretaba los dientes, y me decía el número, normalmente uno comprendido entre 40 y 50. Era curioso porque, cuando me lo decía, por muy bajo que fuera jamás perdía esa felicidad optimista de no creer en los problemas.
Ella no lo sabía, pero cuando no me veía la miraba fijamente suprimiendo cualquier pensamiento que no fuera su existencia. La contemplaba; a ella, a sus gestos, su manera de mirar a alguien y transmitirle toda esa potencia, intensidad, fuerza... Era pura, pura entereza, pura felicidad, puras ganas de vivir... Recuerdo un caluroso mediodía de Abril, en el que la puerta, como siempre, se abrió ante su presencia. Entró seria, quizás pensativa, no lo sé, pero algo estaba claro; no sonreía. Lo primero que hizo fue dejar el bolso en la entrada (algo que me sorprendió bastante porque siempre venía impaciente a decirme el número), y después, con toda la tranquilidad del mundo, se acercó a mi. Colocó las manos sobre la boca, como señal de que iba a susurrarme algo al oído.
Con voz firme, musitó:
-Noventa y nueve.
Apartó su aliento de mi piel y esperó frente a mi. Tardé en reaccionar. No recordaba el significado de los números, pero al ver esa inestabilidad continúa en su risa y unos ojos que se cerraban y abrían con sosiego todo cobró sentido.
-¿Noventa y nueve?
-Sí. Hoy he bebido noventa y nueve sonrisas.
-¿Bebido?
-Así es. La gente bebe lágrimas, yo bebo sonrisas.
-¿Y por qué estás así?
-Porque ninguna de esas noventa y nueve sonrisas te pertenece a ti.

Y con las dos últimas palabras ''a ti'' selló mis labios con dolor y calló mi voz con valentía de atreverse a dar el paso de convertirme en parte de su pasado.
Ella era feliz, siempre lo ha sido. Despierta cada mañana con una sonrisa producida por el amanecer de un nuevo día, y se acuesta cada noche con otra producida por ese número, el número que indica cuantas sonrisas ha bebido. Cuarenta, cincuenta y tres, sesenta y dos, cuarenta y nueve, cuarenta y cinco... No importaba que dos cifras compusieran ese número, ella sabía que ninguna vendría de él.
Y así fue como pasó a la historia con el nombre de ''La chica que bebía sonrisas''. Nunca me atreví a preguntarle si escogió eso porque no le gustaba el amargo sabor de las lágrimas. Es extraño pero, os juro que sin ella las risas ya no tienen sentido. Es más... ya ni siquiera me acuerdo... Era su droga, y ella la mía. Era el sol en mi ventana, la solución a mis problemas, la luz blanca y resplandeciente en mi almohada y una sonrisa perdida entre mis sabanas. Era alegría, y al rozar su piel uno también lo era. Pero ahora, y después de tanto tiempo, he comprendido su huida. Debía ser duro ser la única persona que sonríe a cada segundo, que no tiene otra preocupación más que esa... Jamás pensé en producir mi propia felicidad. La iba consumiendo poco a poco sin apenas darme cuenta, hasta llegar al punto en que nos mirábamos felices sin saber que su felicidad no era producida por mi.

Y... hasta aquí puedo escribir.
Cuando una persona comienza a producir y beber sus propias sonrisas no tiene ningún sentido estar alimentando innecesariamente la felicidad de otro, porque de ese modo, estarás alimentando tu infelicidad. Así que... Lo siento. Siento no haber sido la sonrisa que te faltaba para llegar a cien...