Solo había estado allí una vez, y no eran precisamente buenos recuerdos los que tenía de aquel lugar. El día había amanecido gris y el silencio quebraba su paciencia. Bajó del coche y anduvo hasta el distrito correspondiente hasta topar con la calle correcta. Sostenía el paraguas con la mano izquierda y los auriculares del ipod se camuflaban entre sus mechones pelirrojos. Escogió un repertorio de canciones lentas para acompañar la velada y sumergirse completamente en el inframundo de los muertos. Elevó la mirada y recorrió cada rincón del siniestro y tétrico cuadrado en el que se encontraba, sin saber todavía muy bien por qué. En ese momento escuchaba una de sus canciones favoritas, y decidió que era el momento perfecto para quitarse un auricular y pasear por el lugar para conocer sus antepasados. Solo veía cientos de lápidas con nombres, fechas, flores y fotografías que representaban al fallecido. Hasta que en el número 18 lo halló. A el. A su antepasado. A parte de su sangre. Y sin embargo, sentía pena, pero no por su marcha, si no por él. Pensó en las miles de visitas que reciben cada una de esas lápidas, en los rostros desfigurados y angustiados de los mortales, de los que permanecen en este mundo. Pensó en todas las personas que, al igual que ella, habían paseado por aquel lugar y habían sentido pena, pena de pensar que un día, uno de los muchos días que aguarda nuestro incierto futuro nos espera la muerte, y con ella el cementerio, las visitas, las flores, la fotografía... Una insignificante fotografía que no significaba nada dentro de aquel sitio, solamente era una fotografía más, un alma desaparecida que no volverá. Ahí descubrió el horrible miedo que le ocasionaba formar parte de aquella calle, de aquel distrito, de aquel mundo. Sintió una escalofriante angustia y una enorme amargura. Lo último que querría sería ser pusilánime. No quería acabar así, siendo una más. Ni eso ni que la gente fuera a visitarle por obligación o peor aún; por pena. Entonces, cayó en algo mucho más eterno que un metro cuadrado de piedra con su nombre grabado en ella. Cayó en los recuerdos... ¿Acaso existe herramienta capaz de sustraerlos de un corazón malherido? ¿O de un llanto agónico? ¿De unas lágrimas incapaces de evaporarse?
''Si alguien dentro de 60 años tiene que recordarme, que sea por las veces que le hice reír. Por las sonrisas que me sacó, por las veces que le ayudé a levantarse y por mis buenos defectos y malas virtudes. Si tiene que llorar que llore pensando en mi y no cuando vea dos estúpidas líneas que le recuerden como me llamo. Si tiene que reír que lo haga recapitulando mis mil tonterías sin sentido y mi inexplicable sentido del humor. Por mis ganas de vivir, y por querer ser diferente al resto el día de mi muerte y en la forma en la que alguien me recuerde. No me culpéis por ello, lo único que pretendo es permanecer en vuestro interior manteniéndome viva en recuerdos.''