sábado, abril 16
cuando queda la heroína
Ella era mi heroína, aunque siempre me dejaba a medias cuando llegaba al éxtasis. Sin embargo, fue verla allí, dejándose caer debajo de la luz de aquella farola, y lo supe. Ni siquiera podía verle el rostro entero, pero si su sonrisa... Esos dientes de porcelana tan bien alineados cuyo color competía contra el reflejo de las perlas. La falta de iluminación permitió que estuviera más de cinco minutos observándola. Analizando cada centímetro de su cuerpo, buscando un rastro de imperfección en alguna parte. Me acerqué fingiendo buscar claridad para poder ver que hora era en mi reloj, pero en el fondo sabía que el único motivo que me movía a avanzar hacía la misma claridad bajo la que ella reposaba era su esencia. Por un momento olvidé cual era mi identidad y que hacía comportándome como un desconocido, pero alcé la vista y enseguida recordé que había captado mi atención. Continué mis inexactos pasos hacia la farola, a cometer la mayor locura de mi vida; hacerla mía para siempre. Dejó de funcionar unos instantes y ella se dio la vuelta asustada, sintiéndose sola en medio de una tormenta de oscuridad que acechaba sus espaldas. Cuando lo hizo, noté el miedo en sus pupilas al ver a un loco sonriendo sin parar de mirarla. No sé como, pero ella empezó a sonreír también. Sin darnos cuenta, parecíamos dos dementes felices que sonreían bajo la luz de la luna. Ahora, ella me ha dicho que dejará de ser la heroína que me hacía llegar al éxtasis. Y yo... Yo no sé que hacer. El pensaba que yo era su droga, su razón de vivir, y jamás comprendió que el era la única droga; mi droga. Aquella por la que soy incapaz de dejar que nadie ocupe el vacío que mi puta adicción a su esencia dejó. Ahora podría dejar de ser la heroína que te salvaba, pero nunca lo fui...
domingo, abril 3
cuando quedan las noches
Y es que es precisamente en noches como estas, en las que el cielo cambia de color según tu estado de ánimo, en las que el ritmo de las gotas de lluvia continuan el de tus lágrimas. Porque es en noches como estas, en las que tu ojos, cansados de buscar ese trozo de corazón que parece ser que olvidaste, se dan cuenta de que no está, porque no eres capaz de comprender que se acabó. Que todo tiempo vivido fue mejor, y que ahora, por mucho que pese en el alma de un inmortal que se reía del amor y como este cegaba a los que lo sentían, el pasado lo tragó. Y no es que me guste vivir junto a la soledad, aunque de este modo tampoco me gustaría rechazarla, porque alfin y al cabo, ha sido mi fiel compañera de aventuras, gamberradas, risas, alegrías, y para que mentirnos, de tanto y tantos llantos... ¿Pero acaso tiene ella la culpa? Alomejor la tengo yo. Quizás nadie pueda ocupar este vacío (hablemos en presente) que aquella mujer de palabras egoistas de la que tanto he hablado dejó, mas que otra vez más, la fría soledad. ¿Por qué?, me pregunto yo, sigo pensando en ella al escribir. Al ajustar estas letras tan desafinadas que ni el que finge ser sordo puede oír. Que las noches como estas se apiaden no de mis lágrimas, si no del dolor que éstas llevan en sus cauces inundando las calles de esta ciudad que perdió el sentido de las horas cuando esa mujer que tanto se repite en mis palabras desapareció de ella, arrancando ese famoso pedazo de mi corazón que parece marchitarse...
Jack.
Jack.
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