La historia está inacabada. La tinta de su vida ha dejado de pintar sobre el papel. Ya nada queda de los disfraces tras los que se escondían los personajes tras los que se escondía la pena. Ya nada queda de los impulsos nerviosos que transportaban sonrisas que albergaban recuerdos. Hace mucho el tiempo dejó de marchitar sus manos. Los pliegues que las caracterizan están ahí desde el instante en que llegó al mundo, cuando las primeras moléculas de oxígeno inundaron sus pulmones. Son los pliegues, precisamente, los que le recuerdan que en algún momento de su vida fue un ser humano. Con sus defectos e imperfecciones, pero un ser humano. Había visto nacer a todos, del mismo modo que los había visto marchar. Fue, aquella mujer tan valiente, la que aprendió a (sobre)vivir con el dolor de todas las marchas y huidas, porque con sus manos sin marchitar no puede sostener el corazón, solo el llanto. Fue así, tras vivir su primera experiencia, como comenzó a crear personajes, a disfrazar la pena. La experiencia sensible le había hecho creer que llorar significaba perder. Los espejos eran reflejos de vergüenza, reflejos de una mujer que se odiaba a sí misma. Una mujer que alimentaba su alma con auto-rechazo olvidando que ese sentimiento era el causante de su sufrimiento. Empezó, de este modo, a exprimir cada mililitro de tinta en su cuerpo para escribir. Al principio solo era capaz de garabatear. Intentos frustrados de mostrar felicidad, o tal vez de hallarla.
Con el paso del tiempo, sus propios personajes la habían absorbido por completo y ya no era capaz de pensar sola. En cierto modo dejó de existir. La mayoría cree que se limita a hablar a través de los personajes, pero la oculta realidad reside en ellos pues son los que escriben la historia. No recuerda la melodía de su voz ni el constante ruido de la ciudad. Cuando en su interior nacen unas ganas incontrolables de llorar, gritar o reír, se disfraza y escribe. Oculta el verdadero y único placer que nos otorga ser humanos.
Ahora no ríe ni llora, no canta ni baila, no corre ni anda. No deja que sea el corazón quien marque el compás de sus sentimientos. Se limita a apagar su piel, a borrar sonrisas, a morir paulatinamente... Pero no lo hace de tristeza. Muere porque olvida sentir, porque olvida ser humana...